Opinión: Por qué muchos aserraderos medianos y chicos están al borde del abismo en Misiones y Corrientes

La coyuntura desafiante de los aserraderos PYME en Misiones y Corrientes

Por Marcelo Torrisi. La industria maderera de aserraderos medianos y pequeños en Argentina vive hoy una encrucijada que cuesta disimular. Desde hace más de 18 meses, la construcción –ese pilar histórico de la demanda de madera– está virtualmente paralizada, con obras públicas postergadas y proyectos privados congelados.

El resultado es una acumulación de inventarios inmovilizados: rollos y tablas que se apilan sin salida clara, mientras la esperanza de exportar se desvanece frente a la realidad de una tecnología obsoleta que no alcanza siquiera para cumplir los mínimos estándares de secado y calibrado en industria pequeñas sin acceso a financiamiento para tecnificar los procesos.

El nivel de rechazo y retrabajos crece, la eficiencia se pierde y, contra toda lógica, se produce más para compensar la caída de ventas además de no contar con escala para satisfacer volúmenes de programas que exigen los importadores de madera.

El mercado interno, saturado por esa misma oferta, presiona los precios hasta rozar niveles críticos.

Los márgenes brutos, una vez holgados, hoy caen por debajo del 10 %, una cifra que, en muchos casos, convierte en poca cosa la rentabilidad y asoma peligrosamente hacia números rojos. Mientras tanto, los costos de producción –energía, flete e insumos industriales– siguen subiendo; cada factura de energía aporta un dolor de cabeza adicional, y el costo logistico, con los precios del combustible al alza, devora cualquier atisbo de ahorro.

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Marcelo Torrisi es consultor de Negocios e Inversiones y ex Gerente General de Forestadora Tapebicuá.

Uno se pregunta: ¿hasta cuándo podrá sostenerse esta estructura sobredimensionada sin ajustes drásticos?

En lo financiero, la ecuación también amarga la planificación. Con inventarios que rotan en más de 90 días y un estiramiento de los plazos de cobro que en algunos casos supera los 120 días, el capital de trabajo queda cautivo en un limbo sin meta.

La rigidez de la estructura de costos fijos –salarios, mantenimiento de maquinarias antiguas, impuestos y contribuciones– se come buena parte de los ingresos, y la falta de liquidez se siente en cada decisión: desde renegociar plazos con proveedores hasta postergar pagos clave.

A esa presión se suma la volatilidad macroeconómica: una inflación mensual que si bien viene bajando de los niveles estratosféricos, es cercana al 4 %, y un tipo de cambio que no deja tregua.

Los ajustes de tarifa deben calcularse con pinzas, porque un solo movimiento equivocado puede hundir el escaso margen EBITDA. En paralelo, las líneas de crédito bancarias, condicionadas a garantías cada vez más exigentes y tasas que rondan la BADLAR, resultan inaccesibles para muchos, lo que deja a gran parte del sector al margen de financiamientos vitales para la inversión y la renovación.

Para completar el panorama, los desafíos operativos y regulatorios apretan desde todos los flancos.

La escasez de mano de obra calificada se combina con la necesidad de cumplir normas de seguridad e higiene que, sin una inversión mínima, resultan difíciles de abordar.

La adopción de certificaciones ambientales –cada vez más demandadas por clientes y bancos– implica costos y procesos que pocos aserraderos pequeños pueden afrontar.

El resultado es un sector tensado al límite, con varias PYMEs al borde de la insolvencia y un clima de ansiedad que se filtra en cada balance y en cada charla entre propietarios.

La pregunta persiste en el aire: ¿hasta dónde podrán resistir bajo semejante presión?

Fuente: Plan B/ 24-5-2025

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